De la mujer y la moda.

Fiesta de San Juan, Madrid, segunda mitad del siglo XVII. Colección Abelló.

Algunos sofismas sobre la mujer y la moda en Discurso contra los malos trajes y adornos lascivos, escrito por Alonso Carranza en 1636:

“La mudanza del hábito suele traer consigo la ruina de las buenas costumbres, o imitar las malas ya introducidas con estrago general. Mayormente en las mujeres, cuyo sexo (como dice Tácito), por naturaleza imbécil y flaco, no es bien dejarle libremente expuesto a desenfrenados deseos en materia de adornos y galas”. Manjar nocivo de la vida sedentaria, opuesto totalmente a la rueca y al uso, como afirmaba fray Luis de León en La perfecta casada. “Que la fuerza y deseo de gloriarse las mujeres con los trajes las obliga a llevar a cuestas sobre su cuerpo femenil y débil tanta variedad de ornatos; que esto denota, según buena latinidad, el verbo baiulare; esto es: llevar carga a cuestas, como jumento o camello”.

“Estos excesos tan costosos, espanta con gran causa a los hombres cuerdos y les detiene de entrar en conyugal compañía con mujeres del nuevo uso”. “Tiran para sí la mitad de las ganancias habidas durante el matrimonio; y mucho más las que no solamente no ayudan, sino antes destruyen cuanto pueden lo que el marido edifica y, destempladas de sus antojos (sin reparo alguno ejecutados), se convierten en polilla o carcoma de sus casas que incesantemente está royendo”.

La familia del pintor, Juan Bautista Martínez del Mazo, 1665.

En réplica a Carranza el Licenciado Arias Gonzalo escribe ese mismo año Memorial en defensa de las mujeres de España y de los trajes y adornos de que usan, del que extraigo varios párrafos:

“Viendo en las mujeres este afecto tan intenso y tan inseparable de su misma naturaleza (como en una dicción lo une y significa el griego llamándolas philocos- mon: linaje estudioso anhelador del ornato y de las galas, o, como más lo encarece San Jerónimo, que se arde y enloquece por ellas), y viendo que se les haría triste y aborrecible la castidad y recogimiento si no se les concediese el entretenerse y divertirse adornándose con galas, vistiéndose con adornos, determinaron los romanos (como refiere Valerio Máximo) que a su albedrío y al de sus maridos usasen de todo el oro, púrpura y vestidos que quisiesen, se hermoseasen, se vistiesen, tocasen y prendiesen”.

“No quitándoles ni estorbándoles a las mujeres este afecto intenso y anhelo invencible de adornarse, sino, antes, siguiéndoles el humor como a quien padece un frenesí, les mandaron por ley que se vistiesen y tocasen con todos los adornos que quisiesen, y encargaron a los magistrados castigasen con rigor a las que anduviesen por las calles mal vestidas y mal adornadas. Que no hay mejor modo ni traza que mandar que haga lo que (dado caso) se le había de prohibir a linaje en quien desde Eva reina la inobediencia de la ley y el apetito de lo vedado”.

“Hora diré la antigüedad de los vestidos y adornos más notables de que hoy usan nuestras españolas. Y si conviene que los dejen, el averiguarles que son viejos y antiguos será remedio más eficaz que el prohibírselos por modernos; porque ellas no tienen por gala sino lo que con novedad les parece introducen de nuevo, ya que no hallaban novedad de que vestirse y adornarse, la fingían inventando nombre nuevo con que disimular lo antiguo del vestido, como se ve que a lo que las madres llamaban verdugado las hijas dicen guardainfante, y a lo que manteo, pollera”.

“Y así, en las mujeres, por tan antiguo y usado, por tan conveniente a su natural, por tan importante a evitar otros pecados mayores, todo vestido se les debe consentir, todo adorno se les debe permitir y disimular”.

 

 

 

 

 

 

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