¿Cuándo comenzó la diferenciación sexual del traje?

La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yahvé tu Dios”. Deuteronomio 22-5

Aunque la diferenciación de la forma de vestir entre género femenino y masculino es patente en muchas culturas desde la antigüedad, hay un momento clave en la historia de la cultura occidental cristiana, en el que queda definitivamente sentenciada la diferenciación sexual del traje.

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Por herencia del Bajo Imperio Romano y de los usos del vestir de los pueblos bárbaros,  durante la Alta Edad Media la túnica continuó siendo usada indistintamente por hombres y mujeres. Con una curiosa diferencia: el largo de la túnica masculina podía variar de los pies a medio muslo, la de la mujer debía ser obligatoriamente talar, es decir, arrastrar por el suelo. En la Edad Media esta túnica recibe el nombre de saya (con sus variantes según idiomas).

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La propia evolución de la saya masculina, y la influencia del atuendo militar que sustituyó la cota de malla por el uso de armadura, culmina en el periodo gótico con la transformación del atuendo masculino en un conjunto de dos piezas: una prenda que protegía el torso (el jubón, la jaqueta o el justillo entre otros) y que se redujo casi hasta la cintura, y las calzas, que se ajustaba a los pies y las piernas hasta las ingles, usada por ambos sexos como prenda interior hasta entonces, que en el hombre quedó a la vista. Este atuendo era más cómodo, y por supuesto más viril (hacer la guerra era cosa exclusivamente de hombres).

Siglo XV.
Siglo XV.

La diferenciación sexual en el traje culmina en este momento, en el siglo XIV, cuando queda concretado básicamente en “corto y ajustado para el hombre y largo y envolviendo el cuerpo para la mujer” (Lipovetsky 2002: 30)[1]. El hombre divide su atuendo en dos partes, y la mujer continuará vistiendo una sola pieza. La ropa masculina marca la silueta, la femenina la borra de la alta cintura a los pies. Simplificando un porqué, se podría afirmar que una de las razones por las que se definió así el atuendo femenino fue por su sexualidad, destinada a la procreación y la conservación del linaje de esta organización patrilineal (seguridad de herederos legítimos), donde había que preservar la castidad de la esposa y madre custodiando su sexo, preso bajo amplios ropajes. Junto a esta circunstancia, la mujer estaba obligada a responder al engranaje político y social de aquella época, llegando a extremos como la exigencia impuesta a todas las esposas de la familia Albizzi de Florencia, de usar vestidos iguales (s. XIV, 1343) (Duby, Perrot 2000: 189).

1468-79. Loyset Liédet. “Quintus Curtius, Livre des fais d’Alexandre le Grant”
1468-79. Loyset Liédet. “Quintus Curtius, Livre des fais d’Alexandre le Grant”

En el transcurso de los siglos XIV y XV, la silueta del hombre fortalece su apariencia. Presume de cintura estrecha y el frontal del torso abombado a base de forros, rellenos y  engrudo en el jubón. También ensalza la silueta con postizos para tornear las piernas y definir una figura vigorosa. La ropa femenina se va complicando hasta hacer de la mujer un ser envuelto en largas telas. Se contrapone a toda practicidad posible, al contrario que la masculina. Cito alguno de los usos que se adoptaron como moda femenina:

Jeanne Cenami viste hopalanda con mangas perdidas, en las que se han practicado maneras con el contorno de piel. 1434, del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck
Jeanne Cenami viste saya azul y encima hopalanda con mangas perdidas, en las que se han practicado amplias maneras con el contorno de piel. 1434, del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck

Se elevó el número de prendas que de una sola vez vestían sobre el cuerpo: traje de debajo (saya, cota, brial,...) y traje de encima (pellote, hopa, mongil, hopalanda,…)[2].

Las mangas adoptaron multitud de formas. Se añadieron a los trajes de encima enormes mangas que se abrían o cerradas se tragaban los brazos y las manos,  de ahí que se inventaran las maneras, aberturas que se practicaban en la caída de la manga para sacar las extremidades. Comenzaron a usarse también postizas, atacadas al cuerpo de la sobresaya. De los hombros y los brazos se colgaron piezas de tela que llegaban hasta el suelo, como los pendentes o tippets.

La cola de los vestidos, el gran invento de la Edad Media (Boehn 1951:194), arrastraba metros. Podían vestir incluso dos, la del traje de debajo y la del traje de encima, y si la prenda no la poseía, se añadía postiza; con el consecuente desatino de no saber como entenderse con ella, pues limpiar el suelo con 5 metros de cola no era, entre otras cosas, cómodo, como tampoco lo fue tener que llevarla colgando de un brazo inutilizado. Muchas colas se ensuciaron antes de que apareciese un complemento que facilitó tan pesada condena, una punta en el cinturón para colgar la cola.

A Visit to the Humanist Writer, Metamorphoses d'Ovide. Unknown illuminator, Dated to before 1487, executed in Brughes or Ghent.
A Visit to the Humanist Writer, Metamorphoses d’Ovide. Unknown illuminator, Dated to before 1487, executed in Brughes or Ghent.

En el siglo XIV se inventá lo que sería el antecesor del futuro corsé. Comenzaron a usarlo las damas de la corte francesa (Boehn 1951: 272).

Hacia 1470, en España, aparece el verdugado en la falda. Aros mimbre que se cosen a la falda de la túnica dando un volumen circular, tipo campana.

Los chapines, calzado originariamente para mujeres de clase alta. Se diseñaron en los albores del siglo XV en España. Con suela elevada de corcho, hueso o madera, con la altura de centímetros suficiente para que al salir a la calle, las túnicas no tocaran el suelo. Entonces era un calzado de exterior.

Brial con verdugado y mangas cosedizas atacadas al brial. El festín de Herodes, Pedro García de Benabarre, década de 1470 (detalle).
Brial con verdugado y mangas cosedizas atacadas al brial. El festín de Herodes, Pedro García de Benabarre, década de 1470 (detalle).
Vida de Santa Elena, verificación de la Santa Cruz, Pedro Berruguete, 1470-71 (detalle).
Chapines. Vida de Santa Elena, verificación de la Santa Cruz, Pedro Berruguete, 1470-71 (detalle).

 

El tocado será metáfora de la extravagancia, con llamativos diseños de magníficos tamaños, aunque no cómodos: hennín, con forma de cucurucho o truncado, jugando con el velo que colgaba de su extremo superior (tocado mariposa, por ejemplo); los rolllos o guirnaldas, rodete de tela relleno y acolchado que se disponía de varias formas entre circular y oblongo, que deriva en tocados como el de cuernos, y que se acompañaba con otros complementos como los templers, las crisppinettes o las trufas, piezas huecas rígidas en las que se escondía la larga melena. Con estas piezas se confeccionaron otro tipo de tocados, acompañado por sencillas tocas y complicados con alambre, como el de patíbulo o árbol de la cruz. Junto a éstos, un sin fin de variedades ocultaban el cabello de las damas, obligadas a velarse, otra de las marcas distintivas en el vestuario de la diferenciación de género.

1439, esposa de Jan van Eyck.
1439, esposa de Jan van Eyck.
1470, Isabel de Portugal, Rogier van der Weyden.
1470, Isabel de Portugal, Rogier van der Weyden.

Junto a estos contados ejemplos, una serie de patrones carcelarios se encuentran en el vestuario de las mujeres medievales, no por elección, sino por imposición. A la mujer se le niega cualquier cualidad relacionada con el intelecto y, aún para una mayoría, en la Baja Edad Media, tampoco con el alma o la moral. Se le veda el acceso a la educación y al trabajo e independencia, subsistiendo relegada a sus ocupaciones de madre y esposa, preservadora del linaje. Sólo le queda demostrar quién es a través de su aspecto, que es su única puesta en valor. Entre sus virtudes debe encontrarse la belleza, ya que debe agradar al marido, como instan desde los teólogos hasta los manuales para perfectas casadas, para así poder cumplir con su fin: procrear. Sin embargo, la Iglesia condena severamente su belleza femenina, tachándola de arma de seducción del diablo. Curiosamente también se censura la fealdad, manifestación de un mal o de una desviación de conducta, con el gravamen de que en la mujer, también la vejez se incluye como signo de fealdad, temas muy recurridos en la literatura medieval.

Miniatura de una edición Le Roman de la Rose, la segunda mitad del siglo XV, escrito por Guillaume de Lorris y continuado por Jean de Meung en el siglo XIII.
Miniatura de una edición Le Roman de la Rose, la segunda mitad del siglo XV, escrito por Guillaume de Lorris y continuado por Jean de Meung en el siglo XIII.

Mientras la sociedad le exige estar a la a altura de las circunstancias a través de su exorno, de nuevo la Iglesia ataca y condena modas, excesos y decoros. Algunos trataron de pecado el gusto de las mujeres por la ropa, con la ironía de calificarlo de pecado mortal y otros (más indulgentes) como Santo Tomás, de venial (Duby y Perrot 2000: 196). También se reprocha el maquillaje, pues suponía la alteración de la obra divina, y ser distintivo de lujuria y orgullo. Todas estas condenas provienen de boca de un estamento que viste y calza tan ostentosamente como los más pudientes laicos.

La mujer, adopta una apariencia que, aún siendo moda, está supeditada a una conducta impuesta (Argente 2002: 41-43), que se encuentra muy lejos de coincidir con la realidad femenina. Así nace y se consolida una radical diferenciación sexual en la indumentaria que influye en la construcción ideológica de género, realidad que aún está vigente, porque, cuántos hombres usan falda en la cultura occidental cristiana, y por qué.


[1] Cita a François Boucher en Historie du costume en Occident de l`Antiquité à nos jours (1965): París, Flammarion, págs. 191-198. También Boehn 1951: 229.

[2] Los historiadores han propuesto una división en el atuendo medieval en la que clasifican las prendas según su proximidad al cuerpo, estableciendo 4 categorías: ropa interior, traje de debajo, traje de encima y sobretodo. Bernis 1978a: 14-16 y Netherton 2005: 116.

6 comentarios

  1. Y seguimos. Nada es casual. Ropajes y telas múltiples, aros, corsés… todo lo posible para evitar la independencia, el movimiento; exceso de ornamento como extensión del papel tradicionalmente asociado a la mujer, un objeto para poseer y contemplar… curioso que las ceremonias nupciales aún recreen ese simbolismo.
    Ahora usamos pantalones, camisetas, chaquetas o guerreras, pero el canon sigue representado por los tacones, la cosmética o la lencería.
    Muy interesante el blog, acabo de conocerlo tras la charla de ayer en el Ateneo.
    Gracias.

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    • Buen día, Lola. Qué sorpresa, muchas gracias. El aspecto físico (algo que va mucho más allá de la apariencia social) es la gran condena de la mujer. Nuestro rol de género en la sociedad y nuestra valía como persona están subyugados a esta cuestión.

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  2. Hola.Buen día.

    Por hacerme una idea de las costumbre y usos del estilo de vida medieval me tope con tan interesante blog. Sigue con esto por favor.

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    • Buen día, muchísimas gracias, esfuerzo más que recompensado si te ha ayudado. Hay numerosos blogs que trabajan este tema muy bien, con base documental como el mío, Opus Incertum es uno de ellos, échale un vistazo. Pues empieza el día con una alegría con este comentario, gracias de nuevo

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      • Los primeros humanos fueron vestidos con TÚNICAS.
        El verdadero sentido del vestido es CUBRIRSE; y vestirse; y no CEÑIRSE; Y DESNUDARSE; acarreando una gran cantidad de molestias de SALUD; e incomodidad.
        Por eso lo mejor es lo ORIGINAL; que los hombres se vuelvan a vestir con faldas y túnicas; por salud; por respeto y por comodidad; y para proteger el medio ambiente.

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