La mujer llega al siglo XVIII vistiendo sus piernas con falda larga y holgada. El hombre viste una prenda de dos perneras: inicialmente fueron las calzas medievales, después variados estilos de calzón para el muslo que se combinaban con medias.
En francés al calzón se le llama CULOTTE. Es emblema de la clase alta. El calzón y las medias son prendas caras de confeccionar, pero además, existen unas leyes suntuarias que prohíben al pueblo usar determinadas prendas, tejidos, tintes y adornos que son exclusivos para las clases altas.
Estos refinados aristócratas, llaman despectivamente al pueblo los SANS-CULOTTE. Los sin-calzones, que no tienen para pagarse medias, visten una prenda que en Francia se llama pantalón, que es un calzón de hechura sencilla, que se alarga hasta los tobillos. El primer diccionario de la Academia francesa, publicado en 1694, recoge la voz pantalón, la define como “calzón y media de una sola pieza”. En España, donde tarda más de un siglo en llegar este galicismo, a esta prenda se la conoce como “calzón marinero”, son anchos, largos y sueltos, y lo viste el marinero; lo acabará vistiendo el labrador, el ganadero, el artesano, el pobre, el esclavo,… en definitiva, la prenda que viste el pueblo, masculino, claro.
Llega el año 1789, París está que arde. A toda revolución ideológica acompaña siempre una revolución estética. Y eso sucedió con la Revolución Francesa, uno de los capítulos más fascinantes y transgresores de la historia de la moda, un pasaje histórico en el que la vestimenta se convierte en manifestación ideológica, se politiza el lenguaje indumentario. Aquí comienza la historia del pantalón moderno con su significado actual.
El pueblo es el protagonista de la Revolución, y lo que fue un término despectivo como sans-culotte y una prenda repudiada como el pantalón, se asume como identidad y símbolo revolucionario, más aún cuando se reivindicó como símbolo territorial y de autenticidad en parangón con la braga gala. El pantalón comienza a ser usado por los prorrevolucionarios de todas las clases sociales. Tras la Revolución, lo comienza a vestir un sector de la clase dirigente, masculina por supuesto, ahora mayoritariamente de origen burgués. A partir del siglo XIX, el pantalón se convertirá en la prenda que viste el hombre hasta la actualidad.
¿La Revolución Francesa? pues sí, acabó con el Antiguo Régimen. En cuestión de moda se abolieron en 1793 las leyes suntuarias, lo que suponía la igualdad en el vestir entre clases sociales. Se promulgó “que cada uno es libre de llevar la ropa o los ornamentos de su sexo que le convengan”. Ese matiz: “de su sexo” implica una desigualdad. La Revolución Francesa, acabó siendo un fiasco para las mujeres.
¿Qué ha sucedido con la Revolución Francesa?
- Ha establecido legalmente una forma de vestir para los hombres y otra para las mujeres, que existía en siglos anteriores, pero era un asunto moral que por supuesto no se cuestionaba.
- Ha convertido el pantalón en símbolo de ciudadanía, por lo tanto en símbolo de poder, de derecho, libertad y soberanía. Un elemento de lucha.
- A la mujer se le ha negado el derecho a ser ciudadanas, y a usar pantalones. Se le considera inferior socialmente. Son no-ciudadanas excluidas de la Constitución, del sufragio universal, masculino. Ellos tienen privilegios, ellas obligaciones. La Revolución ha anulado los derechos de la mujer, entre otros, el de usar pantalón.
La atribución de este símbolo de poder al género masculino, inevitablemente lleva aparejada la lucha de la mujer por su conquista. No la conquista del pantalón, sino de lo que significa; la conquista, al fin y al cabo, de la igualdad. Y esta guerra va a caracterizar el siglo XIX y gran parte del XX.
Sobre esto, también hay mucho que contar, pero lo dejamos para otra entrada.
Quizás te interese: Por pantalones.
Muy bien, me ha encantado la entrada, me dejas sin palabras, no sin pantalones.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias Víctor, me ha hecho reír tu comentario. A nosotras nos dejaron sin pantalones y sin palabras. Ha costado, o está costando recuperarlos.
Me gustaMe gusta
El articulo esta bien historicamente, pero entonces, ¿donde queda Mary Quant?
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hasta Mary Quant hay mucho que contar, eso merece una entrada con las dos grandes revoluciones del siglo XX en lo que respecta a la liberación de la mujer acompañada inevitablemente como toda revolución ideológica, por una revolución estética: la de los años 20 de la mano principalmente de Coco Chanel, y la de los 60 y Swinging London de Mary Quant. Le daremos forma a esta historia en otra entrada
Me gustaMe gusta
La escarapela tricolor la llevaban hombres y mujeres. Y el fusil y también, al menos la palabra «Égalité».
Me gustaMe gusta
[…] A nivel de la representación del género mediante la vestimenta, como señalaba anteriormente, ya se empieza a dar cierta distinción en los primeros siglos del milenio. Más concretamente, la túnica de los hombres quedó recortada a medio muslo, mientras que la de las mujeres se arrugaban a sus pies cuan largas eran. El desarrollo de la misma durante los siglos restantes se hizo especialmente patente en los ropajes etiquetados como masculinos, manteniéndose el modelo clásico en las mujeres, con escuetas variaciones, a fin de evitar cualquier posible sexualización del cuerpo de la misma, el cual había de ser casto con el único objeto de la procreación *cristianism strikes hard*. No es hasta la llegada de la Ilustración cuando se cuestiona la concepción del binarismo hasta entonces entendida. Es en esta época cuando se empieza a realizar una distinción clara y rígida entre ambos sexos, relacionando con ello comportamientos atribuidos a uno u otro género y que sólo los hombres pueden presentar pene y las mujeres vaginas, sin entrar a pronunciarse sobre otras posibles concepciones. Más sin embargo, como hecho anecdótico y en correlación con la expresión mediante la moda, es en la misma Revolución cuando las mujeres reclamaron su derecho a poder llevar pantalones, pasando a ser reconocidas como las “sans-culottes”, más siendo abolido tal derecho en 1793. […]
Me gustaLe gusta a 1 persona